El yoga entró en mi vida cuando tenía 17 años. Yo era practicante de ballet y acompañaba a mi madre a sus clases de Hatha y ya por entonces el yoga caló muy dentro de mí, aunque fue mucho más tarde cuando profundicé en mi práctica, y descubrí mi pasión y vocación por esta disciplina. Me formé como profesora de Kundalini Yoga, más tarde en Hatha Yoga y sigo formándome a través de seminarios, formaciones y retiros con maestros que me inspiran.
Existe la creencia errónea de que tienes que ser un acróbata para ser un yogui y así poder hacer posturas inimaginables. Pero ese no es el objetivo del yoga. En muchas de las posturas más “simples” puedes estirar, fortalecer tu cuerpo y aquietar tu mente, tanto como en una postura de gran dificultad.
Estas últimas solo pueden hacerlas aquellas personas con un cuerpo preparado y entrenado para ello. Pero esa no es la realidad de la mayoría de personas. Por eso, invito a mis alumnos a ser pacientes con su cuerpo y su mente durante la práctica, a adaptarla a su cuerpo y poco a poco, con una práctica continuada comprobarán cómo van progresando y ganando en flexibilidad y fortaleza.